La hoya carnosa
No sé si está triste como yo, por irnos de este apartamento.
Me parece que sí. Pero no como yo esperaba. No se secaron sus puntas, ni se arrugaron sus hojas carnosas. Todo lo contrario: desplegó toda su magnificencia en una floración sin precedentes. Tal vez sea esa su forma de despedirse. Su forma de llorar.
Amaneció así, sin previo aviso, sus largos brazos inundados de racimos, con capullos listos para estallar. Parecía venirse abajo del peso de sus criaturas, como una embarazada muy delgada con un bebé muy grande. Siempre me sorprende. Me quedo horas mirando con preocupación cómo se le secan las puntas y deja de crecer, indagando posibles enfermedades en sus raíces, cuando de repente miro hacia arriba y hay una nueva rama lanzándose al vacío, desnuda de hojas aún, jovencita y color sangre, estirándose más allá de lo posible, como si quisiera atravesar el piso y tocar la tierra con sus dedos. Es imprevisible y veloz.
Por esos días, me afanaba volver a la casa, para no perderme los nacimientos; hasta que una noche, entré por la puerta y lo supe, antes de verla. Ese olor. A nostalgia dulce, como el caballero; y también sale solo de noche.
Corrí hacia la ventana y me deslumbró, parecía un pulpo con miles de ojos recién abiertos, descubriendo el mundo. Lo que habían sido capullos, eran ahora estrellitas miniaturas, con pupilas en el centro. Cada racimo era una galaxia.
De las flores más maduras colgaban gotas de un néctar tan dulce que no tenía sentido. Por qué será así? A veces me hago preguntas absurdas, como si esperara que los seres fueran grises y cuadrados, y estas exuberancias fueran insólitas.
Los días siguientes también me costó salir de la casa; no quería volver y encontrar las flores muertas sobre el mesón. Me quedaba mirándolas, como deteniendo el tiempo. Hasta que no hubo de otra: cayeron.
Esta hoya fue la primera planta que compré al irme a vivir con el que era el amor de mi vida, y la primera que me llevé cuando dejó de serlo. Ponerla sobre esta biblioteca fue constituir un hogar con mi soledad; aquí echamos raíces.
En unos días nos vamos hacia otras ventanas.
Qué duro es ver morir lo que muere. Y qué hermoso es todo.