El ecosistema del yo
Dicen que tenemos más bacterias en el estómago que estrellas en el cielo. O algo así.
Yo no me lo puedo ni imaginar. Y eso que no soy muy de lavarme las manos, ni siquiera las frutas antes de comérmelas.
Tengo una vecina al final de la calle con un jardín muy francés. Cada planta está recortada como para un collage, con los bordecitos bien delineados y sin tocarse los unos con los otros. Las babosas no sobreviven ni una madrugada de rocío tierno al jardinero equipado con diferentes tipos de raid y no hay mariposas porque no hay orugas. Las hojas muertas salen del cuadro antes de convertirse en abono.
La vecina siempre sale con antibacterial, la he visto porque paso por el frente de su casa todos los días y ella está muy seguido purificándose las manos por haber tocado el pomo.
Me pregunto qué haría ella con sus bacterias. Se atiborraría de antibacterial el esófago? De cloro? De cianuro?
Yo no sé qué haría con mis bacterias. Tengo en la casa una caneca de compost que a veces, cuando vuelvo de un viaje largo, me quedo mirando largo rato porque le están creciendo unos organismos curiosísimos, un montón de hongos blancos que casi se mueven a la vista. Pero luego se la entrego a un chico que las recoge para llevarlas a una fundación y convertir los desechos en provechos (así se llama). No es que me tenga que encargar mucho de ella. Realmente puedo mirar la vida que sale de su podredumbre con tanta tranquilidad porque estamos separadas, porque allá se está pudriendo eso que pronto va a salir de mi casa, y aquí estoy yo en mi casa y mi casa está limpia.
Entonces con algo tan íntimo como mi estómago, no sé qué haría.
Me puse a pensar en eso porque tenemos billones de baterias y setenta mil pensamientos diarios. Con esas cuentas, de dónde sale 1? De dónde salgo yo?
Qué haría si pudiera ver mis bacterias, mis pensamientos? A ellos también los aniquilaría con antibacterial?
Qué quedaría?
Yo creo que estoy acá, sentada, escribiendo esto. Pero cada palabra es un relámpago que atravesó un cuerpo que llamo mío y puso en marcha mecanismos complejísimos para mover estas manos por el teclado. Y se ponen en marcha otros mecanismos cuando me atraviesa el hambre o el nerviosismo - difíciles de distinguir - para acercarme con sigilo a la cocina y comerme algo a hurtadillas (de mi).
Me enfrento a esta página en blanco y pienso con orgullo que está buena esta idea del ecosistema y que es mía. Pero cada vez puedo mentirme menos. Me voy encontrando en viejas charlas escuchadas y libros leídos las semillas plantadas por otros de ideas que se han ido transformando en el caldero que llamo yo.
Esas ideas hacen parte de una red y no pueden concebirse separadas. Tal vez no exista la concepción y sea todo una transformación. Qué entonces hay de la sagrada concepción? O más cercano y práctico, de mi propio nacimiento? Acaso no soy una entidad aparte?
Mientras me hago estas preguntas, una idea se va transformando en otra, un instante en el siguiente, una célula muere y una bacteria se reproduce. El hambre da paso al cansancio y las ideas se van agotando hasta que queda en blanco la página otra vez y hay que recomenzar mañana, tal vez renovada, creyendo que soy la misma, pero en siete años ya todas las células de mi cuerpo serán distintas.
A veces quisiera limpiar y ordenar ese ecosistema interno de bacterias, pensamientos, emociones y sensaciones y volverlo un jardín francés. Que todo esté en su sitio. Sacar bien rápido lo podrido. Lo miedoso. Lo que pesa. Lo que incumbe.
Pero acaso no he aprendido que eso es lo que estamos haciendo con el mundo, y que lo estamos destruyendo?